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EL MAGUEY III ÚLTIMA PARTE.
Texto y fotografías. Walter Bishop Velarde.

Nos quedamos imaginándonos como sería la vida en el sitio de las casas en acantilados del cerro de La Campana en la quebrada de Basís y ya que mencionamos el amaranto (boletín no. 78), por ahí les habíamos regalado unas tabletas de amaranto con miel a los chiquillos del rancho El Pino y la señora mencionó que abajo en la quebrada, se daba el amaranto silvestre, lo que nos lleva a pensar, que quizás el mismo fue introducido pues y también podemos suponer que el quelite, planta comestible y muy similar al amaranto, pudiera haber sido parte de la dieta de los hombres, mujeres y niños de aquel antiguo tiempo.

Todo lo que podemos hacer es teorizar, en el sitio se puede decir que un inventario del mismo nos da muchos grandes metates, (para moler granos), las paredes de lodo y piedra con ventanas y techos igual que en otras quebradas y muy al estilo de los sitios en Madera y Paquimé, Chihuahua, pequeños olotes de maíz por todos lados, unos huesos que incluyen una clavícula, un fémur, un peroné, unas vértebras del cuello quizás la base o cervicales, y partes por cierto muy gruesas del cráneo. En sí, las casitas nos dejan un vacío de infinidad de preguntas sin contestación, pero la certeza de que estos lugares inaccesibles fueron en un tiempo habitados y llamados “hogar” por alguien, que aparte de la tecnología que ahora nos rodea en todos los aspectos de nuestra vida, eran más o menos igual a nosotros.

El regreso del Cerro de la Campana hacia donde habíamos dejado el vehículo de Aventura Pantera fue algo menos tortuoso que el arribo, ya que al rancho del Pino habían llegado sus moradores y aparte de que fueron muy amables en darnos de cenar y desayunar, el día siguiente además nos prestaron unas mulas para salir montados de regreso, pues a uno de los integrantes se le había desgarrado una rodilla y otros como su servidor, le cayó de maravilla este levantón a caballo del lugar, ya que en unas cuantas horas íbamos de camino a nuestra “casa”, pero solo por un momento.

Después de varios días de expedición, tuvimos que regresar a Durango ya que el equipo de Exploración de la UNAM, Javier Vargas, Alberto y David, debían de regresar a la ciudad de México y los de Tierra Norte, Rodolfo y Olaf, tenían otras ocupaciones, así que con solo un día de descanso muy bien aprovechado, nos fuimos a otra cita que teníamos en la sierra pero esta vez al Ejido del Maguey, famoso por ser uno de los pocos lugares posiblemente la única región de Durango, donde se puede observar la Cotorra Serrana Rhynchopsitta pachyrhyncha (de donde sacan esos nombres) una área muy bien conservada en lo general. Se trataba de vernos otra vez en San Miguel de Cruces, (ya le emparejaron algunas calles) y en conjunto con los representantes de Pro Natura Noroeste Javier Cruz y su equipo. Además el biólogo Carlos Aguirre con sus colaboradores y los de la mesa directiva del Ejido El Maguey, Esteban Aguirre, Leonel López y demás representantes, así que éramos un grupo nutrido, todos personajes interesados en la conservación de la Sierra Madre Occidental, su bosque y especies animal.

En realidad me dio mucho gusto poder participar en esta expedición, con motivo de ayudar al ejido a conservar los recursos naturales que tiene y trabajar con ellos para lograr una área natural protegida, pero primero y una de las razones del viaje era constatar que había todavía la mentada Cotorra Serrana.

El predio, a unas cuantas horas de San Miguel de Cruces, es parte de uno de los altos de la Sierra Madre, ya que la altitud más o menos es arriba de los 2,700 metros sobre el nivel del mar, por lo que el primer campamento lo instalamos en un paraje llamado Santa Bárbara, situado en un rincón protegido de los elementos, junto a un arroyo del mismo nombre muy bonito. Ahí cenamos alrededor de una gran fogata y a la hora de dormir, me fui un tanto retirado de , ahora sí que el gentío y me acosté abajo de un gigantesco encino. Me metí a la bolsa de dormir vestido con todo y chamarra por el frío y me quedé viendo hacia arriba, se sentía la presencia del árbol como si fuera una entidad, el fuego del campamento a lo lejos alumbraba las enormes ramas de este gran árbol, las estrellas brillaban entre las hojas y se veía en parte como si fuera un arbolito de navidad pero de unos 20 metros de altura y decorado con una serie de sólo como un billón de lucecitas, (las estrellas). La escena me impresionó mucho, pero por más que traté de captarla con mi cámara, no pude en realidad recrear lo impactante de la misma.

Emocionado por todo esto, una vez más, me pregunté cómo es posible que nos estemos acabando el mundo, nuestra tierra, de hecho es nuestro hogar y resulta un tanto “tonto” por darle un término light al asunto, estar destruyendo donde vivimos. Si creen como dicen, que en un futuro nos podremos ir a Marte u otro planeta más lejos, eso es en verdad una tontería, no lo dudo que si se puedan ir los presidentes o los más ricos y famosos, pero la gente normal, nosotros los ciudadanos, todos nos vamos a quedar en este planeta, y si lo destruimos y al parecer eso es lo que estamos haciendo a una velocidad impresionante, no le vamos a dejar a nuestra descendencia (hijos, nietos, tataranietos, etc.) nada de tierra, de sus recursos renovables necesarios para la vida. En fin para no aburrirlos más con el tema pero me apasiona, más vale invertir el dinero público que con tanto sacrificio le extraen a los ciudadanos del mundo, en soluciones ecológicas amigables para conservar nuestro medio y vivir en este mundo, en la tierra, no en Marte, la luna u otro planeta, nuestra realidad es esta tierra y tiene muy poco caso andar viendo como irnos de aquí.

En la mañana temprano con un paisaje blanco por el hielo de la helada, (menos abajo de mi árbol) tomamos un café y continuamos el ahora si que “tour” por los terrenos del Ejido. Recorrimos en poco tiempo ya que por la velocidad en que lo hicimos parecería que nos venían siguiendo algunos potreros del mismo hasta llegar al punto de la “Anqueta”, nombre raro del castellano que quiere decir “a medias” y que en este caso quizás se pudiera decir que el sitio está a medias del cerro. Total que de aquí nos fuimos caminando a la plazuela, una gran laja de piedra algo asi, hasta como para hacer un baile, donde unos se fueron al arroyo y otros a una cueva, por lo visto bastante grande como para tener un buen número de murciélagos. Pero los del arroyo tuvieron más suerte pues el compañero “Felipe” pescó además de muchas truchas menores, una gran trucha muy especial de más de treinta centímetros. Ahora después de varios meses resulta que las truchas pueden ser endémicas y una razón más para cuidar de este paradisíaco lugar.

Claro que las truchas no duraron mucho fuera del agua, pues en una fritanga memorable nos las cenamos para ver que tal sabían, pasando la prueba ampliamente. Esa noche no hizo mucho frío y en la mañana muy temprano salimos a buscar la cotorra serrana. El día anterior habíamos visto algunas a lo lejos, pero queríamos estar bien seguros y efectivamente no estábamos errados, un compañero inclusive logró de lejos fotografiar a una y nosotros por otro lado vimos a varias volar con su distintiva alharaca, logrando el propósito del viaje, pues con esta revelación la conservación del lugar adquiere proporciones gigantescas.

El sitio en si está especial para observación de aves, de las cuales vimos varias especies pues el lugar está rodeado de huertas de manzana, tejocotes, duraznos y hasta higueras había, en ese tipo de hábitat no es raro encontrar gran cantidad de pájaros.

Tanto así, que es comparable a un sitio famoso para observar aves que está en la carretera Durango Mazatlán, llamado “Arroyo de la Liebre” y no es descabellado pensar que en este Ejido del Maguey se pueda elaborar un proyecto de turismo naturaleza, con observación de sus especies de fauna y flora y también de aventura con caminatas, cañonismo y otras actividades más contemplativas.

De esta manera se pudiera conservar el patrimonio tanto de los animales que ahi viven, como de los ejidatarios propietarios del predio y las generaciones futuras.

Ya de salida y como broche de oro, fuimos a visitar el “Cerro Trozado” y en una caminata más leve por la ladera, nos encontramos dos reptiles algo peculiar e interesantes, una de ellas fue una lagartija muy fea, llamada para variar Gerrhonotus liocephalus, (apa nombrecito) y la otra fue una víbora de cascabel (sólo tiene uno) que por mero nos muerde, de nombre Crotaluz willordi / obscurus meridionalis. Por ahí nos vemos.

 
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