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REGRESO A LA ZONA DEL SILENCIO.
Texto y fotografías. Walter Bishop Velarde.

Cuando tomamos la decisión de regresar a la zona del silencio para la lluvia de estrellas de las Leonidas en Noviembre 18 como lo hemos hecho ya por casi veinte años y de continuar con nuestra búsqueda de nuevas rutas en el Desierto Chihuahuense con destino a Cuatro Ciénegas como lo hicimos hace algunos años en bicicleta no estábamos muy seguros de estar haciendo lo correcto.

Si bien es cierto, pues lo confirmamos en esta visita, Aventura Pantera que siempre hemos estado bien con las comunidades del desierto, existe por el momento una veda que se firmó hace tres años donde se establecía no dejar entrar a turistas a la zona del silencio por “un año” mientras se organizaban para recibirlos, el plazo venció hace dos años y sin noticia alguna sobre la misma, parte del viaje de ahora era averiguar que está pasando.

Así que con la bandera todavía vigente de que vivimos en un México libre donde amparados bajo el ARTICULO 11. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos donde entre otras cosas dice “ - Todo hombre tiene derecho para entrar en la República, salir de ella, viajar por su territorio” y siguiendo la ley de costumbres y tradiciones de los caminos reales, puedes ir a donde te venga la gana mientras no afectes a terceros, nos lanzamos nuevamente a la aventura saliendo de Durango muy temprano en la mañana para llegar a tiempo y pasar por unos amigos al aeropuerto de Torreón, Coahuila.

En este viaje y a razón de que por el lado del Estado de Durango arbitrariamente por parte del Ejido la Flor y la administración de el Área Natural Protegida de Mapimí en contra de nuestras propias leyes y con intereses de seguro mezquinos, se ha bloqueado el ingreso al área por un camino real que data de más de cincuenta años y que va de Ceballos a las Lilas y continua a Laguna del Rey, con bastante desilusión pues se nos estaba forzando tener que hacer turismo en el estado de Coahuila para llegar a un destino tradicionalmente Durangueño como siempre lo ha sido la Zona del Silencio, decidimos probar entrar por una carretera que va de Torreón a Laguna del Rey en ese Estado.

No éramos totalmente ajenos a este territorio pues como mencioné anteriormente ya habíamos pasado en bicicleta por estas tierras por lo que se nos ocurrió ir a visitar a viejos amigos por el camino que en si no está del todo aburrido. Este que pasa por un Francisco I. Madero cabecera del municipio del mismo nombre, pero de Coahuila, área agrícola donde se ve mucho trabajo pues continuamente veíamos pasar camiones cargados de algodón, continúa rumbo al noreste hasta que llegas a dos cerros de buen tamaño con figura de cono invertidos igualitos los dos y a los que llaman los locales, “Las Tetas de Juana” y disculpen por lo de Juana, pero antes de que nos dijieran el nombre, ya se me había ocurrido pues no me imagino ningún otro que los pueda describir tan objetivamente.

Aquí en este punto llegas a un crucero donde volteando a la izquierda, agarra uno el rumbo norte franco por un camino asfaltado en buenas condiciones quizás un poco estrecho, al estilo de los cincuentas por un paisaje desértico al parecer interminable o casi, pues el Desierto Chihuahuense el más grande de cinco en Norte América, viene desde San Luis Potosí y continúa hasta el otro lado de la frontera en Texas, Nuevo México y hasta Arizona. Es del tipo de camino en el cual manejas solo por instinto y te pierdes pensando en mil cosas, pues no hay ni curvas, ni rasgos específicos, ni nada por un buen tiempo y así continuamos hasta que me sacó de mi fantasía interna un pequeño letrero verde desteñido que leía “Zona del Silencio” y que logró meternos a todos a otro viaje pero este colectivo. Un poco más adelante se divisan a la izquierda unas dunas bastante extensas de arena blanca llamadas “de Acatita”, así se llama también el valle por donde conducíamos y al final del cual está el pequeñísimo o lo que queda del poblado “Unión y Progreso”.

Hace sólo dos años en que pasamos por aquí y una ancianita Doña Benita nos había regalado unos litros de agua que por aquí son casi puro oro y orgullosamente enseñado el museo comunitario bien arregladito y queríamos volver a saludarle. Sin embargo resultó que andaba en el monte pero platicamos con Adán López uno de sus hijos, mismo que nos enseñó el museo ahora en total desarreglo sin muchas de la piezas que habíamos visto en aquella ocasión. Todavía quedan trozos de madera petrificada, algunos ammonites y otros cefalópodos que existieron hace unos 200 millones de años cuando el área con toda probabilidad era océano.

El museo era un buen ejemplo de lo que una comunidad puede hacer echándole ganas pues en verdad estaba organizado con tres salas y su jardín botánico donde podías apreciar las diferentes plantas de desierto y ahora también es ejemplo pero de la descomposición económica y social que sufren las comunidades del desierto. En el otro extremo del pueblo estaban procesando candelilla (Euphorbia Antisyphilitica), planta del desierto usada por los Indígenas para usos medicinales y ahora aprovechada por su cera usada en productos que van desde adhesivos, anticorrosivo, velas, cosméticos, chicle, lubricanes textiles y muchos otros productos más. Desgraciadamente el método tanto de recolección como de extracción son tan rudimentarios como hace cien o más años por lo que no es nada sustentable y aun cuando es una buena opción de trabajo para los habitantes del desierto, de esta manera la van a extinguir por lo que urge un método sustentable para su aprovechamiento. No me quiero meter más en esto pero sería bueno que los organismos gubernamentales que andan por ahí nada más gastando el dinero de los contribuyentes en puros sueldos de primer mundo y gastos de “viáticos” se pusieran a trabajar en ayudar a los ejidos del desierto en aprovechar la candelilla sustentablemente.

Continuamos el viaje y decidimos llegar hasta Laguna del Rey para comer y volver a cargar diesel para nuestro vehículo y nos quedamos atónitos con la planta de Química del Rey que aquí tiene la Minera Peñoles. Yo creo que si hay alguna prueba de que todo esta región alguna vez fue mar, tiene que ser aquí pues la refinería de Peñoles es la planta de sulfato de sodio más grande del mundo. Aquí nos comimos unas ricas tortas en el restaurante obviamente llamando “La Laguna” y continuamos el camino.

Tuvimos que regresarnos un poco sobre la misma carretera para llegar a donde está el señalamiento hacia el pueblito del Cinco de Mayo comunmente llamado nada más “El Cinco” y al entrar a la terracería fue como si estuviéramos ingresando a otro mundo, ahora estábamos dirigiéndonos hacia el poniente y el sol en fuerte picada nos pegaba directo a los ojos y todo el conjunto estaba un poco surrealista. El paisaje de por este lado de la zona no tiene comparación y aun cuando vimos que algunos de los bosques, si se les puede llamar así, de ocotillos estaban secos por alguna razón, la demás flora y colores del atardecer nos envolvieron en un momento mágico. Si, ya sé que está muy quemado el término pero no encuentro otro para describirlo, todo el paisaje agarró un tono dorado, las lechuguillas, los viejitos (unos cactus que así se llaman), la candelilla, los ocotillos, los nopales, los cerros, el cielo todo de oro. Y no vayan a ser mal pensados pues lo que les platico lo veíamos en nuestros cinco sentidos, bonito atardecer.
Ya casi de noche pasamos por el poblado del “Cinco” que está reducido a puras ruinas pues no vimos ni a una sola persona, ni perros, ni burros, ni nada. Continuamos por caminos ya conocidos para nosotros, hasta que por ahí en una vuelta agarramos para otro lado y ya no sabíamos donde andábamos, así que tomando el consejo de que mañana será otro día, ahí mismo instalamos el campamento.

Montamos las carpas, bajamos las sillas, mesas, la cocina, cocinamos unas fajitas bien ricas, sacamos el Tequila, y a lo que veníamos: a ver el cielo. Varias veces he tratado de describir el cielo otoñal casi de invierno de la Zona del Silencio y siempre me quedo corto, pero es algo espectacular. Claro que hay literalmente billones de estrellas todas brillando a su máximo esplendor pero dentro de toda esta visión hay un orden y así poco a poco empieza uno a ver en primer lugar la Vía Láctea, un río de estrellas, y luego Las Pléyades mis favoritas, el Cinturón de Orión con todo y su nebulosa, Tauro, Pollux y Castor las estrellas principales de Géminis y la constelación de Leo que era nuestro punto de atención pues de ahí saldría la lluvia de meteoritos llamada por lo mismo las Leonidas, que era el punto central de nuestra visita.

Lo malo de las lluvias de estrellas es que todas llegan a su máximo en la madrugada y está canijo la espera, sin embargo habíamos tramado un ponche buenísimo que con un toque de Tequila era casi un manjar, pero como a la una de la madrugada, ya no aguanté más y me metí en mi bolsa de dormir poniendo mi despertador para que sonara cada hora y así despertar de vez en vez para ver que se veía. Efectivamente los meteoros se materializaban directamente de Leo por un instante dejando una estela de brillo, algunos más grandes, otros apenas distinguibles. Según dijo la NASA como unos 100 por hora cosa que puedo confirmar pues cada minuto de cada hora que me despertaba mi alarma, veía una o dos estrellas fugaces en el lindísimo firmamento que pareciera como si lo pudiera tocar con mis manos. Gracias a Dios que tenemos vista.

La mañana fue de casi cruda pero tranquila, inmediatamente al ver el Cerro de San Ignacio, La Sierrita de Los Ciprianos, y los cerros de Las Lilas nos ubicamos y después del desayuno partimos hacia la vieja Hacienda. Una vez ahí y no habiendo encontrado para variar a nadie, recargamos de agua, visitamos el cementerio y el punto de Trineo donde convergen los Estados de Durango, Chihuahua y Coahuila, corrimos un mini maratón a través de los tres y enfilamos hacia Santa María de Mohovano donde saludamos a Don Reynaldo Molina viejo amigo con quien tuvimos una interesante conversación de la situación en general de la Zona del Silencio.

Como era ya después de medio día continuamos al “Venado Gacho” ranchito donde solo viven dos personas en medio de la nada y enfilamos hacia el cerro del Pinacate donde al pasar sorprendimos a un coyote a punto de apresar a una liebre que con unos ojos de susto aprovechó el momento de confusión para librarse de su casi segura muerte.

Seguimos nuevamente por el camino polvoroso del desierto para acampar cerca del Rancho de Tortugas disfrutando otra vez de un cielo espectacular, para en la mañana después del desayuno llegar al Ranchito del Quemado.

Este lugar que es un puntito del mapa vibra un sentimiento de bienestar y hospitalidad muy agradable, llegamos buscando a nuestro amigo Don Lucio Quintana y su hijo mismos que no encontramos sino hasta un rato después pero tuvimos la oportunidad de platicar con su familias y salimos de gane pues nos regalaron unos duraznos en almíbar y una nieve de leche quemada riquísima.

Lo único que puedo decir de la salida pues aun cuando me gustaría platicarles todo el viaje pero por cuestión de espacio no puedo, es que estaba de lo más polvorienta que se pueden imaginar y al ir dejando atrás todo este misterioso lugar no me quedaba más que pensar en el costo que la conservación del área está cobrando y quien lo paga, definitivamente el gobierno federal en los veinte o más años que tiene la reserva no le ha dejado ningún beneficio a la pobre gente del desierto y ellos son los que en realidad con la exclusión de oportunidades de trabajo a las que están sujetos por causa del área natural protegida están pagando un costo altísimo. En cierta forma es verdad que se han salvado tortugas, venados y ratones pero ahora la especie en peligro de extinción son los aguerridos pobladores del desierto, los hombres, mujeres y niños que aun con terribles dificultades para sobrevivir en su medio se resisten a perder su tierra.

 
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