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SAN JOSÉ DE AVINO.
Texto y fotografías. Walter Bishop Velarde.

Fue un sábado de esos días de invierno que más bien parecen de primavera, al parecer ya bastante comunes en este nuevo clima de Durango, en el cual decidimos sin mucha prisa pues ya era después de las una de la tarde irnos de paseo por ahi para tomar unas fotos y nos acordamos de Avino, antiquísimo pueblito situado no muy lejos de la capital por la carretera libre rumbo a Torreón en las inmediaciones de Francisco I. Madero.

Aun cuando por su cercanía debería ser más o menos fácil llegar, resulta que por la falta de señalamiento se puede tornar complicado, sin embargo, no tiene uno más que llegar a Madero, ya en el boulevard muy suave por cierto, tomar una izquierda a la altura del hospital antes de pasar por una iglesia, darle toda la vuelta a la plaza y continuar por la misma calle pero al otro lado de la plaza rumbo a San Juan del Río.

Una vez en esta carretera que no está muy mal como a unos quince kilómetros de recorrido toma uno la única derecha pavimentada que vas a encontrar y que lleva a el poblado de Zaragoza, donde por hacer plática preguntamos a un anciano si íbamos en el camino correcto, a lo que respondió “no afloje la carreterita y llega” , lo cual paso tal cual a ustedes, ya que después de una subida puede uno ver el pueblo de Avino a mano derecha.

Francisco de Ibarra en su primera expedición por lo que es ahora nuestra tierra, en tiempos de los 1554, según dicen los historiadores venía de San Martín en Zacatecas pasando por Nombre de Dios apenas un poblado índigena, a nuestro pueblito de Avino, no sin antes haber enviado a algunos mensajeros para avisarles a los nativos que venía en son de paz. Aquí Don Francisco además de descubrir un mineral que aun ahora sigue produciendo, consigue una mujer indígena viuda que hablaba varios idiomas para usarla como intérprete en sus recorridos a Topia, algo asi como Cortez con la Malinche.

No es sino varios años después quizás en 1558 (nadie tiene una fecha exacta), que Ibarra envía a algunos de sus soldados Juan García, Gaspar de Mesa, Martín de Rentaría y otros a fundar Avino y explotar los minerales que habían encontrado en su exploración del 54, entre los cuales destaca la mina “El Tajo”, la cual regala a los pobladores para que se beneficien e invierte fuertes cantidades de dinero en alimentos, maquinaria minera, y en pacificar a los Indígenas Zacatecos de muy mal carácter, pues temía que la recién fundada Avino fracasara. Según Mecham, de quien saco estos datos, la mina rendía entre “ochocientos y mil pesos semanales de plata” los cuales ayudaban para el éxito de la colonia, la cual además servía de frontera norte.

En cuanto sube uno la cuesta se divisa el pueblito, por el lado derecho al fondo del mismo divisa uno la sierra de Gamón la misma donde está la Virgen del mismo nombre, recordando al maestre de campo Martín de Gamón y que después de amotinarse fue condenado a la horca por el mismo Capitán de Ibarra, a la derecha están los riscos de Altares y a la izquierda el Mineral de Avino que después de mas de 400 años todavía sigue soltando riqueza.

Por el momento la mina dejó de producir en el 2001 cuando se vinieron abajo los precios del metal y dejó de funcionar una beneficiadora cercana al lugar, pero ahora propiedad de una compañía minera canadiense Avino Silver and Gold Ltd. quienes calculan tener nada más en los terreros de la mina de 6 a 8 millones de onzas de plata y 60 mil onzas de oro, además de estos metales los más preciados también se produce cobre, zinc y plomo y entre sus curiosidades contiene varios cristales de minerales raros como la acantita, azurita, barita, calcopirita, galeana gotita y malecita.

Avino como todo pueblo minero antiguo adolece de un trazo claro y las calles van y vienen, tuercen y se retuercen sin ningún rumbo aparente, pero el interés principal de nuestro viaje era el templo de San José de Avino que restaurado de 1991 al 94, todavía luce reluciente en este marco desarreglado de polvo y viejas construcciones.

Según el maestro y amigo Javier Guerrero esta iglecita como la vemos ahora , fue construida en el siglo XVIII y gracias a una buena racha de seguro minera de nuestro Avino, fue decorada profusamente con unos impresionantes retablos de hoja de oro y obras de arte de los artistas más reconocidos de la época. Su aspecto barroco súper austero si asi se le puede llamar, con su torre chaparra por aquello de los temblores de las explosiones de los barrenos de la mina no anuncian en nada la magnificencia de su interior, pero para entrar primero tiene que ir uno, a buscar a la señora de la llave, que preguntando en un billar exactamente contra esquina de la iglesia, nos enviaron por un callejón donde está la casa de Doña Fortunata Betancourt quien amablemente asintió a mostrarnos el interior y darnos la explicación de este.

La misma Doña Fortunata nos dijo que más o menos se sabía la información del templo pues habían quedado de llevarle un libro con esta, para dar una explicación más exacta, pero que nunca se lo dieron y que por favor le recordáramos al INAH y creo que turismo, ahora Secretaría también pudiera cumplir con esta solicitud.

En fin la señora muy lúcida y diestra para caminar entre las piedras de la calle, le dio la vuelta a la llave del portón rojo de la iglesia y nos sentimos transportados al mundo aquel de cuando se construyó el templo. Todo lucía impecable, las vigas, el coro, las paredes con sus oleos pintados algunos desde 1536 por conocidos artistas del virreinato como Antonio Torres, Pedro López Calderón y Miguel Ángel Ovalle.

Pero lo más destacado de este hermoso interior, al fondo, es su altar, un retablo de pared a pared, del piso al techo con un trabajo verdaderamente bello.

En el centro esta San José con la Purísima Concepción, a sus lados y hacia arriba están el Sagrado Corazón de Jesús, el Cristo Negro de Escipula, la Virgen de Dolores y la Virgen de la Soledad y como remate en la parte superior se encuentra una excelente talla de la Santísima Trinidad.

Pero eso no es todo ya que a su derecha existe otro retablo más pequeño pero igual de imponente con una pintura del Señor de los Zacatecos pintado por Miguel Ángel Ovalle, en el siglo XVII, por cierto que este cuado tiene sus peculiaridades pues el Cristo está representado con una gran cabellera negra y cara de facciones muy toscas quizás haciendo referencia a los valientes Zacatecos.

Estábamos muy entretenidos tomando fotos y oyendo a Doña Fortunata, cuando sonó la campana de la Iglesia, cosa que buen susto nos dio, pero solo estaban llamando a los niños del pueblo a la clase de catecismo, y lo tomamos como señal para retirarnos del lugar, no sin antes quedar invitados para el 19 de marzo cuando tienen la fiesta de San José con procesiones y misas especiales, misma invitación que extendemos a todos nuestros amables lectores. Por ahí nos vemos.

 
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