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PUEBLOS FANTASMAS DE DURANGO.
CUARTA PARTE. VILLA CORONA (VENTANAS)
Texto y fotografías. Walter Bishop Velarde.

Al día siguiente salimos de San Dimas despuecito de comer, con un sentimiento raro de melancolía, un como vacío o cruda espiritual donde te quedas  dándole vuelta a varias cosas de esas que te molestan,  pero que lo mismo da pues no las puedes resolver. Una de ellas, estriba en ver toda una riqueza cultural, en un tráfico hacia abajo de erosión, perdiéndose de piedrita en piedrita ahora si que al arroyo, al río y finalmente al océano Pacífico,  sin que nadie pueda hacer nada. Y no vayan a creer que somos muy cultos ni mucho menos, el problema está, en que como país,  tenemos serias dificultades de empleo y falta de recursos que a su vez generan inseguridad, crimen, etc., mientras que estamos parados arriba de verdaderos tesoros históricos y culturales que en otros países serían indiscutibles fuentes de desarrollo para esas comunidades. El INAH, muy bien gracias.

Pero en los caminos de la sierra no puedes andar con muchos cuentos y rápidamente las piedras, el polvo, las curvas, las zanjas, los brincos, el calor del clima rayando en lo tropical y (aun cuando todo estaba seco por la temporada), los paisajes de la imponente Sierra Madre Occidental nos transportaron al “aquí y ahora”,  donde más vale que vayas concentrado en lo inmediato, si no es que te quieras encontrar con lo finito.  Por andar curioseando de más, en los se puede decir escombros del pueblo, se nos hizo tarde y todavía  teníamos que subir una sierra contigua,  pues San Dimas está literalmente en un agujero, bajar al pueblo minero Tayoltita, volver a subir hasta un poco antes del Huehuento (3,100 SNM), pasando “Cebollas”, un pueblito maderero típico serrano y bajar a Mala Noche, un mineral donde esperábamos poder quedarnos por ahí, para en la mañana trasladarnos al elusivo pueblo de “Villa Corona” o Ventanas como lo llaman por aquí. 

Se puede decir que íbamos en dirección de norte a sur en una ruta de sube y baja, fácilmente sumando unos 6 mil metros de desniveles entre los dos, pasando sobre “las faldas” de la sierra alta, siguiendo más o menos el camino antiguo que comunicaban los minerales de la Quebrada del Piaxtla con los de Ventanas,   por comunidades totalmente madereras como San José de las Causas y San Francisco, además de una ranchería llamada “La Desmontada” que está en el borde norte de la ahora Quebrada de Ventanas,  una de las más hondas de esta hermosa serranía, donde literalmente echas un brinco al vacío o así se siente al bajar por una pendiente impresionante,  en un caminito que poco a poco se está pareciendo mucho a lo que fue hace cuatrocientos años, una vereda.

Como ya dijimos se trataba de llegar a “Mala Noche”, un mineral del tiempo de las bonanzas de los 1800 ya desgastado, ahora ejido con muy malas oportunidades de salir adelante. De hecho después de bajar unas dos horas,  tomamos una desviación hacia la derecha donde casi no había huella de carros, denotando el poco tráfico que pasa por aquí,  para llegar al pueblito  que se pierde entre la maleza, ahora selva baja caducifolia medio espinosa,  con árboles que florean más o menos en este tiempo de abril mayo,  tornando el campo un surtido de diferentes colores muy bonito.

Al llegar a “Mala Noche”,  nos presentamos con los veladores de los edificios de la compañía minera en turno, (ha habido muchas) y logramos que nos dejaran pasar la noche, en un techito o porche con un piso limpio de mosaico donde estaríamos muy bien, luego ya con más confianza solicitamos rentar dos mulas (increíblemente no hay camino),  para en la mañana poder visitar nuestro objetivo principal “Villa Corona” y preguntamos por alguien que nos pudiera vender algo de cenar, a lo cual un individuo en un gesto de hospitalidad que en general permeaba  por esta pequeña comunidad, de  sobrenombre “Narquillo” (imagínense), se ofreció a brindar  todo lo solicitado, lo cual agradecimos mucho. Esa noche cenamos un café, un plato de calabacitas con frijoles muy ricos y las inigualables tortillas del campo que no me canso de promover, para después irnos a dormir bajo una lluvia torrencial que duró hasta un poco antes del amanecer.

Por costumbre y porque así nos enseñaron desde la primaria, los de Durango tenemos la idea de que los conquistadores llegaron por el lado de Zacatecas y Nombre de Dios, de hecho la primer puerta a todo el norte de México y eso es más o menos cierto, ya que aun cuando Ginés Vázquez de Mercado en 1552 buscando su cerro de plata (ahora de fierro y llamado en su honor del “Mercado”) inició su aventura en Guadalajara, también entró a tierras ahora Durangueñas vía Chalchihuites, Sombrerete y Nombre de Dios,   solo dos años después en 1554,  el Capitán Francisco de Ibarra al mando de su primera expedición al norte de la Nueva España,    pasó por el Valle del Guadiana donde le ponen un flechazo en la pierna, venía precisamente procedente de Zacatecas.

Pero  por el lado de las Quebradas de la Sierra Madre,  la historia fue diferente, en primer lugar lo que ahora es Sinaloa y Sonora, se ven invadidas desde 1530 por Nuño Beltrán de Guzmán, en lo que fue una de las más sangrientas tomas de posesión de toda la conquista,  a excepción de la capitulación Azteca. Según Gerhard en solo un año por motivo de las enfermedades y la violencia que trajeron los Españoles, casi se extingue toda la población indígena entre Acaponeta y Culiacán (130 mil muertos),  a tal grado que los Indios de las montañas bajan de estas para tomar el lugar de los caídos con tan  mala suerte,  que se ven atrapados por el sistema de las encomiendas donde se les reduce su libertad a un poco menos que esclavos y también sucumben ante éste.

Y en segundo lugar, los primeros gobernadores de la Nueva Vizcaya, incluyendo a Durango (villa) en un inicio vivieron en  San Sebastián, ahora Concordia (donde hacen muy buenos muebles de madera de la costa) hasta 1583,  cuando por un término corto se estuvieron físicamente en Durango para nuevamente irse en 1632 a Parral. O sea que en un principio,  había más gobierno del lado de Sinaloa y eso incluía a los movimientos del otro brazo de la conquista,  el eclesiástico o la conversión cristiana de los pueblos indígenas.

Todo esto nos lleva a que en la mañana siguiente muy temprano,  después de una taza de café con su correspondiente desayuno ranchero en casa del “Narquillo”,  salimos por la antigua vereda,  la misma que se viene usando desde hace más de cuatrocientos años, rumbo el pueblo de Villa Corona o Ventanas, a lomo de mula muy parecido al modo en que lo hubieran hecho cualquier minero en el siglo XVI o XVII.

No sabemos muy bien cuando se fundó Villa Corona,  pero creemos que este pueblo fue la  Misión de San Pablo de Hetasi que fundan los Padres Diego de Cueto y su ayudante Diego Jiménez  por los 1630 y que menciona Pérez de Ribas en su reporte “Triunfos de Nuestra Santa Fe” de 1645, ya que el río ahora llamado “Presidios”,  en los mapas antiguos viene como de “San Pablo” y también por estar (Villa Corona) en el camino de recuas por donde llevaban la plata y el oro a Concordia antes  San Sebastián.

 El caso es que el momento era en verdad emocionante, ahí íbamos en silencio, por la vereda centenaria, a paso de mula,  en medio de la gigantesca quebrada de Ventanas,  con la vista del río Presidio abajo a mano izquierda de nosotros, oyendo los cantos de los pájaros y por la humedad que había dejado la lluvia, oliendo las esencias de las diferentes flores de árboles y plantas según avanzábamos en el tiempo y el espacio hasta que no muy lejos en el horizonte,  finalmente divisamos la torre blanca del se puede decir copete de la iglesia y el pueblito.

Era increíble cabalgar por una calle desierta flanqueada de viejos edificios todos similares con los techos caídos, las puertas de madera podridas, las ventanas quebradas con interiores obscuros y exteriores de  paredes blancas todas chorreadas con el color tierra del que estaban hechos sus adobes. La vegetación aquí era exuberante, grandes árboles, muchos frutales al lado de la calle hasta que llegamos a la casa de Don Ubaldo Ríos Arraiza y unos cuantos familiares que son los últimos moradores de Villa Corona.

A las misiones de San Pablo y también de Santa Lucía allá por rumbo de  Chavarría, las tuvieron que cerrar porque en la última parte del siglo XVII,  literalmente se les acabaron los indios a los Españoles, pero poblados como Villa Corona volvieron a resurgir casi doscientos años después en los 1800 con el descubrimiento de nuevos minerales que siguieron explotando los Españoles ya por su cuenta,  hasta la última parte del siglo XIX ,  cuando que llegaron las compañías extranjeras como en este caso la “Ventanas Mining Co.” Con métodos modernos de explotación con los cuales le sacaron provecho a los minerales antiguos como  la mina Mala Noche, San Cayetano (los principales), Santo Toribio, El Socorro, La Soledad, La Jicotera y otras menores. En ese entonces, el pueblo tuvo un sistema de carretillas por cable aéreo que traía el mineral para ser procesado en la beneficiadora y además contaba entre otras cosas con una hidroeléctrica que funcionó hasta 1958 cuando todavía tendría unos 2000 habitantes el pueblo.

Finalmente aquí,  otra vez repetimos el ritual de Guarisamey y San Dimas, ávidamente curioseando por todos lados tomando las quizás últimas fotografías de lo que quedó,  de un ayer intenso de aventura y descubrimientos  que se fue,  arrastrando con él  la historia de miles de personas,  de las que ya solo podemos sentir  la presencia de unas cuantas almas, que aun deambulan buscando el mismo,  por las calles vacías de estos pueblos fantasmas de la Sierra Madre Occidental en Durango. Por ahí nos vemos.
 
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